Durante más de 1.000 años, la prefectura de Tottori ha cultivado perales “nashi” con una devoción casi ritual. Cada árbol, antes de ser plantado, es bendecido en un pequeño altar sintoísta para atraer buena cosecha y longevidad. Las familias productoras conservan árboles que superan los 70 años, y algunos incluso aseguran que sus frutos reflejan el carácter del agricultor. Esta tradición ha inspirado documentales, libros y hasta un festival que reúne a miles de personas cada agosto.

A diferencia de los perales europeos, el nashi japonés da frutos redondeados, firmes y crujientes, con un sabor sutilmente floral. Los cultivos se manejan con una meticulosidad casi artística: cada pera es envuelta individualmente en papel para evitar imperfecciones, y se poda el árbol según un calendario lunar.

El Festival del Peral de Tottori atrae a turistas de todo el país y también a investigadores interesados en su genética única. En el Museo del Nashi, ubicado en Kurayoshi, se exhiben variedades ancestrales, artefactos de cultivo y hasta literatura relacionada con el peral.

Hoy, con la amenaza del cambio climático y el éxodo rural, jóvenes agricultores se han unido en cooperativas para modernizar la producción sin perder la esencia espiritual del cultivo. Algunas familias han abierto sus huertos al turismo rural, promoviendo experiencias de cosecha, catas y talleres de bonsái con perales miniatura.