La emergencia sanitaria global por COVID-19 no solo impactó en la salud física, sino que generó una crisis silenciosa: el deterioro de la salud mental. Según la OMS, la prevalencia de trastornos como la ansiedad y la depresión aumentó un 25 % durante los primeros años de pandemia.
En Chile y otros países de la región, los servicios de salud mental se vieron sobrepasados, y las listas de espera para atenciones psicológicas se extendieron de forma preocupante. Si bien se han puesto en marcha algunos programas de apoyo comunitario, los especialistas insisten en la necesidad de un plan integral y sostenido en el tiempo.
El acceso universal a terapias, la formación de más profesionales y la integración de la salud mental en los sistemas de atención primaria son parte de las medidas urgentes que se requieren. La salud mental, recalcan los expertos, debe dejar de ser la “cenicienta” de los sistemas de salud.
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