El hierro es uno de los minerales más esenciales para la salud humana, responsable de transportar oxígeno en la sangre y mantener los niveles de energía en el organismo. Sin embargo, su deficiencia sigue siendo una de las carencias nutricionales más comunes a nivel mundial, especialmente en mujeres, niños y personas con dietas poco variadas. La falta de hierro provoca anemia, una condición que afecta la concentración, el rendimiento físico y la calidad de vida.

Existen dos tipos de hierro en la alimentación: el hierro hemo, presente en carnes rojas, aves y pescados, y el hierro no hemo, que se encuentra en alimentos de origen vegetal como lentejas, espinacas, porotos y cereales integrales. Aunque el hierro vegetal se absorbe en menor proporción, su biodisponibilidad aumenta cuando se consume junto a vitamina C, presente en cítricos, pimientos y tomates. Esta combinación potencia la absorción y permite cubrir los requerimientos diarios de manera más efectiva.

Nutricionistas de todo el mundo recomiendan diversificar la dieta y no depender únicamente de suplementos para cubrir la falta de hierro. En países con mayores índices de anemia, ya se están impulsando programas de fortificación de alimentos básicos, como panes o harinas, con este mineral, con resultados alentadores en la población infantil y adolescente.

La investigación científica también avanza en la búsqueda de nuevas alternativas. Universidades y centros tecnológicos trabajan en biofortificación de cultivos, es decir, el desarrollo de variedades de arroz, trigo o legumbres naturalmente más ricas en hierro. Esta innovación apunta a generar soluciones sostenibles y accesibles para regiones en vías de desarrollo.

El hierro, más allá de ser un simple nutriente, representa un pilar en la salud pública mundial. Conocer sus fuentes, entender cómo potenciar su absorción y promover hábitos alimentarios adecuados es clave para combatir una de las deficiencias más extendidas y silenciosas de nuestro tiempo.